miércoles, 14 de marzo de 2012

Los personajes que represento son secundarios

“Los personajes que represento son secundarios”

El imitador más popular del país es, en realidad, un gran actor. Ya lo demostró al salir del mundo ShowMatch y conseguir éxito masivo con su obra El impostor apasionado, que acaba de culminar su temporada en Mar del Plata, donde ganó un premio Estrella de Mar.


Me ‘matan’ esos tres flacos de la orilla mostrando sus tatuajes y ‘lomitos’ quemados. Los tres igualitos, con el mismo objetivo: levantarse minas”, observa el actor Martín Bossi, antes de sentarse en una mesa frente al mar, en una playa céntrica de Mar del Plata.
–¿Siempre fuiste observador o es algo que desarrollaste con tu profesión?
–Desde siempre soy observador. Soy muy curioso, y después de observar tanto a la gente y a las situaciones que me rodean, descubrí que todo es un gran juego.
–¿Qué tipo de juego?
–Y… vamos todos para el mismo lado, nos portamos todos bien, veraneamos en el mismo lugar y sólo algunos pocos se zarpan, dicen cosas que rompen con la regla general y hacen cosas que sorprenden.

Martín acaba de finalizar la temporada de verano con El impostor apasionado, la obra que escribió junto al dramaturgo Emilio Tamer, y que está bajo la dirección general del músico y compositor Manuel Wirzt y de la coreógrafa Evelyn Bendjeskov. Luego del gran éxito obtenido, ya tiene confirmado su regreso a Mar del Plata en Semana Santa, y para mediados de abril hará una gira por el país y Latinoamérica.

–Llama la atención que en tu obra, además de la imitación de personajes popularmente conocidos, existe un hilo conductor que narra una historia.
–Es cierto. Los personajes que represento son secundarios, aunque el público crea que son el motor principal del espectáculo. Hay un trasfondo más profundo, porque busco dejar un mensaje. Está lleno de pibes que copian bien, pero yo estoy buscando otra cosa.
–¿Por qué te diferenciás?
–Porque en vez de ir para afuera, fui para adentro. Hay un trabajo de investigación y actuación profunda, con 15 años de clown, 20 años de danza, muchos amores, desamores, llantos, goles… Siempre trato de contar desde experiencias personales y sacar el piloto automático del género de imitaciones cómicas.

Con la participación especial de Vivian Jaber en el rol de su profesora de teatro, Martin Bossi revive en escena los distintos obstáculos que tuvo que atravesar durante su infancia, adolescencia y adultez para poder desarrollar su capacidad de conquista.

–En un momento de la obra te ponés serio y enfrentás a aquellas personas del público que no se bancan el silencio.
–Sí, porque muchos siguen riéndose hasta cuando pido silencio. Es una forma de criticar la falta de tolerancia al silencio. Y lo digo porque yo tampoco me lo banco demasiado tiempo.
–¿Estás asumiendo el riesgo de decepcionar al público?
–Sí. Estoy asumiendo ese riesgo con gusto, porque utilizo la rama de la imitación como elemento de actuación para profundizar mis personajes y las emociones que ellos despiertan, además de hacer reír.
–¿Y por qué elegiste “la imitación como rama de la actuación”?
–Porque, desde siempre, es lo que más natural me sale. Hoy, que ya me conocen a nivel masivo, intento recorrer un camino de otro tipo. El año pasado hice cine con Graciela Borges, sin hacer imitaciones, pero utilice la misma técnica que uso en la imitación para hacer de travesti, es decir, de investigar, observar y prepararme física y mentalmente.
–¿Cómo ves el escenario de imitadores actuales en Argentina?
–No soy de observar a mis colegas porque el imitador no me llama mucho la atención. Tengo muchos referentes en actuación y humor, y sé que tengo grandes colegas imitadores, pero no puedo hacer un análisis profundo. Mi camino se fue armando con la mezcla de music-hall, stand-up y canto. Fue por otro lado.

Martín es extrovertido, irónico, y al hablar pasa por una gran variedad de tonalidades de voz. Se lo ve relajado, cómodo, con ganas de conversar. En cuanto a sus estudios, cuenta que tomó clases de canto durante diez años, más de 15 años de danza clásica, que estudió teatro en la escuela de Víctor Laplace, y que cuando comenzó a actuar, hace más de 15 años, lo hizo en sótanos con clásicos de Shakespeare y Calderón de la Barca.“Pasé por caminos tradicionales antes de hacer a Cacho Castaña”, explica.

–A la hora de interpretar a un personaje popular, ¿a qué recursos de tu formación recurrís?
–A todos. Cuando uno agarra una profesión todo está al servicio de esa profesión. Yo me agarré del canto, del baile, de la expresión corporal, de la ironía, del drama y del barrio.
–¿Tenés pensado continuar por esta rama actoral en tus próximos espectáculos?
–No voy a renegar de la imitación, pero estoy comenzando a tener otras necesidades. Igualmente, todavía pienso profundizar este camino.
–De los personajes de El impostor apasionado, ¿cuál es el que más te gusta?
–Sandro, uno de los que más me costó. Cuando tenía 25 saltaba como loco, hasta que con los años empecé a entenderlo más profundamente y me fueron dando el aplomo para lograrlo.

Ahora hace una pausa con la vista en el horizonte y trae a colación una anécdota popular: “Un día le preguntaron a Goyeneche: ‘Maestro, tengo 21 años y el tango no me gusta, ¿cómo tengo que hacer para que me guste?’, y el Polaco le respondió: ‘Tenés que vivir un poco más, pibe’. Creo que se trata de eso.”
–¿A qué edad empezaste a actuar?
–Arranqué a los 23 en los sótanos que te comentaba. Ahora tengo 37 muy bien vividos… ¿Viste que hay gente que sobrevive y otra que vive? Yo soy del segundo grupo, porque aprovecho todo lo que está a mi alrededor cada día. Y lo transito y me angustia o alegra, pero siempre me toca.
–¿Qué cosas te angustian?
–Me angustia el ego insolente, el cambio de valores que lleva a que cualquiera sea artista, cualquiera sea médico, a que cualquiera sea cualquiera. También que la palabra haya perdido peso. Me acuerdo que en los años ’90, un día venía de la cancha con mi papá y escuchamos ese tema que dice “Nada, nada, no veo un carajo”, y mi viejo me preguntó indignado: “¿Dijo carajo?” Yo, que no soy un tipo demasiado bien hablado, me quedé pensando en eso. Hay muchas cosas que me molestan (se ríe con tristeza).
–¿Qué más?
–Me molesta el mensaje que se está dejando a los chicos a través de los medios, que hoy lo importante es ser famoso y no actor. También me jode la falta de profundización y de creatividad en la vida. Mucha gente hace cualquier cosa y sin importar lo que sea, enseguida lo está contando. Es como dice Fito, “Buenos Aires, hoy te falta mambo, te sobra muerte y pasarela”.
–En tus años de carrera, ¿cuáles creés que fueron tus mayores aprendizajes?
–Siento que empecé a entender la vida mejor gracias a la actuación. También a relacionarme más con la muerte, que es el conflicto de todos.
–¿Qué le recomendarías a alguien que quiere ser imitador?
–Primero, que no imite. Que se olvide de esa palabra. Lo que existe es la mímesis, que es una rama de la actuación, y si vos querés estudiar una rama tenés que ir al árbol, es decir, a la actuación.

En la playa, a pocos metros, dos morochos irrumpen a los gritos y distraen a Martín. El actor se asoma entre las mesas y dice a Diego, su representante: “Se van a pelear… me encanta.” Con cara de adolescente asombrado, observa durante unos instantes.

–¿Qué es ser artista para vos?
–Es el que modifica algo. El que convierte lo cotidiano en extraordinario en cualquier ámbito: puede ser desde criar un hijo con arte, tener una pareja y ser creativo, en su profesión.
–Por último, ¿qué significó ganar el premio Estrella de Mar en el rubro Music Hall?
–Un mimo de la gente de Mar del Plata. Es como esos familiares que te dicen “Tomá el caramelo, vas por un buen camino.” En el momento obvio que quiero ganarlo y si lo pierdo me caliento los primeros diez minutos, pero después me olvido, y si lo gano también.

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